La ejecución simultánea de múltiples proyectos de infraestructura en puntos neurálgicos de Santo Domingo ha convertido la movilidad de la capital en un verdadero desafío. Obras como la intervención en el kilómetro 9, la construcción del Metro en Los Alcarrizos, los trabajos en la Plaza de la Bandera con el paso a desnivel, la remodelación de la Esquina Caliente de Herrera y la interminable intervención en la Zona Colonial han generado un impacto negativo que afecta tanto al turismo como a la vida cotidiana de los dominicanos.
Si bien la modernización de la infraestructura vial es una necesidad innegable para el crecimiento de la ciudad, la falta de planificación estratégica ha convertido la capital en un laberinto de calles cerradas, desvíos interminables y embotellamientos monumentales. La sensación generalizada es que, en lugar de facilitar el tránsito y mejorar la experiencia urbana, estas intervenciones han paralizado el flujo normal de la ciudad, afectando gravemente la productividad y la calidad de vida de los ciudadanos.
El turismo, uno de los principales motores económicos del país, también sufre las consecuencias de esta caótica ejecución de obras. Visitantes que esperan descubrir la belleza y hospitalidad de Santo Domingo se encuentran atrapados en interminables tapones, con tiempos de traslado que superan cualquier expectativa razonable. En lugar de proyectar una imagen de modernización y progreso, lo que se percibe es desorden y falta de previsión en la gestión urbana. Particularmente preocupante es la situación de la Zona Colonial, un área histórica y cultural clave para el turismo, donde las intervenciones parecen no tener fin y han deteriorado la experiencia de los visitantes.
Por otro lado, los ciudadanos que deben desplazarse diariamente para trabajar, estudiar o realizar actividades esenciales enfrentan un desgaste físico y emocional considerable. La falta de rutas alternas eficientes y una comunicación efectiva sobre los plazos de ejecución agrava aún más el problema. Lo que debería ser un avance en infraestructura se ha convertido en una pesadilla para quienes dependen de la movilidad diaria.
Es urgente que las autoridades replanteen su estrategia de ejecución de obras viales. No se trata de cuestionar la necesidad de modernizar la ciudad, sino de exigir una planificación que minimice el impacto en la población. Es posible coordinar intervenciones de manera escalonada, implementar medidas de mitigación efectivas y ofrecer información clara y precisa sobre los avances y tiempos estimados de finalización.
El desarrollo de Santo Domingo no puede lograrse a costa de la movilidad y la calidad de vida de sus ciudadanos. Si el objetivo es construir una capital más eficiente y moderna, es fundamental que las soluciones de infraestructura se ejecuten con un criterio de planificación que priorice tanto el bienestar de los residentes como la imagen que proyectamos ante el mundo.